martes, 22 de diciembre de 2009

Sueño de Navidad

Como última entrada de mi blog este año, les dejaré algo muy apropiado con la época decembrina. Es un relato navideño publicado en 1941 en el periódico "El Vigía", y es la primer obra literaria de Juan José Arreola. Muchas felicidades en estas épocas, que sean felices con su familia y sus amigos y que tengan un muy próspero año nuevo.

SUEÑO DE NAVIDAD

Juan José Arreola

A Jorge le costaba trabajo dormirse. Le parecía que llevaba muchas horas así girando, sin dejar de pensar. La oscuridad le envolvía y le cercaba en ondas espesas. Cerraba los ojos y veía con la imaginación de aquello que quería olvidar. Luego se ponía a pensar en otra cosa. Se acordaba de que era Navidad, de que a la mañana siguiente tendría todos los juguetes que había pedido, de que habían comenzado ya las vacaciones. Pero de nada le servía. Al cabo de un momento la impresión de aquella tarde tornaba a su cabeza y no le dejaba ya en paz. Era una impresión breve, rápida y dolorosa que se reproducía cada vez con mayor exactitud. Le atormentaba. Hubiera querido encender la luz, pero habrían venido a preguntarle: “¿Qué tienes?”. Y él no habría sabido responder.

Se desvelaba, luchaba desesperadamente contra el pensamiento que cortaba su sueño desde el principio, pero éste daba vueltas por su cerebro y se le escapaba, para volver después con mayor intensidad, cuando creía estar dormido.

Había sido en la escuela, durante el recreo, mientras jugaban. Julián era más chico que él, pasó corriendo, y sin pensar, empujó. Jorge estaba inclinado cogiendo una pelota y rodó por el suelo. Cuando se levantó, uno de sus amigos, como distraídamente, dijo: “Yo no me dejaría”. Jorge corrió tras de Julián, cuando le alcanzó, se detuvo un momento frente a él, y luego, con el puño cerrado, le dio un golpe en la mejilla. A Julián se le puso una mancha encarnada y se le llenaron los ojos de lágrimas. Jorge sintió en sus manos el calor de la mejilla golpeada y la metió instintivamente en su bolsillo como para esconderla. A sus amigos les pareció muy bien lo que había hecho, pero él estaba arrepentido.

Cuando volvieron a clase, estuvo pensando en que iban a descubrirle, y esperó ansiosamente a que alguien lo hiciera. Le habría gustado decir: “Él empujó primero”. Pero sólo sus amigos lo habían visto, y Julián no dijo nada. Varias veces lo vio Jorge en la clase, muy serio, con la mejilla un poco abultada. ¿Por qué no decía nada? A Jorge le hubiera gustado disculparse.

A la salida de la escuela se reunió con sus amigos. Julián salió solo, cabizbajo. Sintió deseos de alcanzarle, de decirle: “Perdóname”. Pero un amigo, comentando, le dijo: “Hiciste muy bien”. Jorge tuvo otra vez en su mano la sensación del golpe, como un entumecimiento, y de nuevo quiso alcanzar a Julián, pedirle perdón, pero ya iba muy lejos y sus amigos, como para festejarle, le rodeaban. Luego le acompañaron a su casa.

Ahí lo olvidó todo. En medio de la sala estaba el árbol de Navidad, cubierto de escarcha y heno, con farolitos y globos plateados. Había mucha luz. Sus amigos, volvieron más tarde. Jugaron, rompieron la piñata. Jorge estaba feliz. Por anticipado; describía los juguetes que tendría al día siguiente. Todos comían dulces y frutas.

Cuando se fueron sus amigos, era ya de noche y hacía frío. De todas las ventanas salía luz y por la calle caminaban gentes llevando paquetes en las manos.

En la cama se estaba muy bien. Sentía un suave calor que convidaba al sueño y su cabeza estaba llena de felicidad. Pero cuando su mamá al salir apagó la luz en el cuarto, sintió una impresión extraña, como si se quedara solo por primera vez. Sintió que la oscuridad lo llevaba muy lejos, lo aislaba, lo dejaba en un lugar desierto donde ya nadie podría escucharle. Cerró los ojos. Entonces vio la cara de Julián, con los ojos llenos de lágrimas y la mancha roja en la mejilla. Volvió a sentir su mano entumecida como si acabara de golpear, y la escondió debajo de la almohada como para olvidarla, como si fuera un objeto que no le pertenecía. Ya no pudo dormirse. A su alrededor, la sombra de los muebles tomaba formas amenazadoras. Su imaginación trabajaba reconstruyendo los hechos de aquel día. Pero era un trabajo desordenado y penoso. Los hechos se desenvolvían mezclándose entre sí, y el remordimiento los hacía converger a un solo punto. Creía estar en la sala, jugando. De pronto se apagaba la luz y se quedaba él solo frente al árbol de Navidad, negro, como una gran sombra oía la voz salir de la escuela: “Hiciste muy bien”. Y luego, en el recreo: “Yo no me dejaría”. Pero las caras de sus amigos, al decir tales palabras, eran monstruosas y le daban miedo. Se sumergía cada vez más profundamente, como si el insomnio fuese el mar agitado y oscuro. Le parecía que pasaban horas y horas y que no iba a amanecer nunca. Oyó las campanadas de la misa de Gallo, y los sonidos le estremecían, como recordándole algo. Después, ya no sabía exactamente dónde se encontraba. La escuela, la calle, la fiesta en la sala, todo giraba en la oscuridad y se hundía en el sueño como desplomándose.

Su cuerpo se hundía lentamente en el descanso, sólo su mano le estorbaba. Soñó. Era en el jardín. Todos los árboles de Navidad. El jardín resplandecía como una gran sala. Las ramas se hallaban cubiertas de heno y escarcha y de ellas pendían adornos y juguetes. Del cielo llovían luces de Bengala. Las estrellas estaban muy bajas y brillaban como luciérnagas entre las copas de los árboles. La luna colgaba en medio del jardín como una piñata redonda y luminosa. Sobre el suelo, cubierto de confeti, corrían millares de niños jugando y riendo. Desprendían de las ramas cestitos de dulces y juguetes. Era la fiesta de Navidad de todos los niños del mundo. Jorge oía que le llamaban: “Ven tú también”. “Ven con nosotros”. Pero él estaba como clavado en el suelo. Levantaba los pies penosamente, pero se le caían en el mismo sitio, como a los soldados que marcan el paso sin avanzar. Junto a él estaba un gran árbol de juguetes. Entre todos, había uno que él quería coger. Era un barco rojo con velas blancas. Alargado, brillante, como un pájaro desconocido. Estaba muy cerca de él, sobre su cabeza. Jorge quiso alargar sus manos. Pero sus manos seguían inmóviles, entumecidas, como atadas. Veía el ansiado juguete a su alcance, y no podía cogerlo. Una sensación angustiosa recorría su cuerpo inmovilizado y le asfixiaba. Entonces, de entre todos los niños que jugaban, vio que Julián venía a él, sin mirarle. En la cara de Julián brillaba una manchita roja, sobre la mejilla, miró el barco entre las ramas, y ágilmente, con sus manos libres, lo desprendió y se marchó con él, corriendo y saltando. Jorge sintió que se le saltaban las lágrimas, quiso correr tras de Julián, pero sus piernas le detenían. Trató de gritar, de llamarle, y la voz le faltó. Sintió que se ahogaba, en su garganta se había hecho un nudo espeso. Con un gran esfuerzo, lo rompió, y profirió un sonido desarticulado, angustioso.

Su propia voz le despertó. En su cuarto había luz, su cama estaba llena de juguetes. Temblando, apartaba con sus manos pedazos de sueño, y palpaba la realidad con torpeza. Sus ojos despertaban poco a poco. Se deslumbraba. Distinguió un tren, cajas de dulces, y luego, sorprendido, un barco rojo con velas blancas.