domingo, 5 de abril de 2020

Only darkness everyday

Eran tiempos de extraña calma, tanta que en el alma algo ocurría. El sueño decidió irse. Se llenaron de horas vacías los días. Pero no la noche. Era durante las horas de luz en que no parecía haber nada que me interesará. Ahora que observo en retrospectiva, no sé cómo logré sobrellevar los estudios y demás vicisitudes de la vida en esa época, dado que todo ocurría de forma mecánica al pasar el tiempo; las cosas solo pasaban. 


Estaba iniciando mi carrera universitaria, así que tenía varios motivos por los cuales la ansiedad estaría bien justificada. Estos sentimientos no siempre son explícitos. Si me lo hubiesen preguntado entonces, yo seguramente no hubiera dicho que sentía ansiedad o algo similar a la depresión. Estaba descubriendo una nueva vida, y algo que caracterizaba esa nueva etapa era el cambio de escenario: había dejado mi pueblo natal y ahora vivía en San Luis Potosí (ciudad nada desconocida para mí).



Fue entonces en algún punto de ese primer año de mi carrera que dejé de poder dormir. Pasaba horas intentándolo, mirando el techo o las sombras que se proyectaban por mi ventana, preocupándome por desaprovechar esas pocas horas preciosas con las que contaba para descansar. Me daba por vencido muchas veces y mejor leía. Fue quizás la época de mi vida en que más libros leí y en la que conocí a varios escritores que hoy figuran entre mis ídolos. Escribía también, sobre todo poesía (como siempre ha sido), con una facilidad que ahora extraño. Así fui llenando las noches, leyendo, escribiendo, escuchando música. La música siempre ha estado ahí, en los momentos importantes, dolorosos, felices, complementando la historia o dictándola. Me había aproximado, por enseñanzas de mi abuelo materno, al jazz y a los tangos. Miles Davis, Thelonious Monk y Charlie Parker se convirtieron en mis guías a través de muchas noches, así como Carlos Gardel y Julio Sosa. Así, fue que buscaba los medios por los cuales pudiera escuchar y descubrir más jazz, encontrando en internet diversas estaciones de radio muy interesantes. (Cabe mencionar, que siempre me ha gustado escuchar la radio, aún hasta la actualidad).



Sin embargo, a veces el insomnio era realmente cruel, llevándome a tal desesperación que salía a caminar sin rumbo. La calle Amado Nervo (nunca he creído que haya sido una coincidencia) me dirigía finalmente hasta el centro de la ciudad, donde vagaba esperando el cansancio o la luz del amanecer. Justamente esto de ver cómo llegaba la mañana mientras me encontraba aún perdido en pensamientos, era particularmente desolador. 



En una de estas ocasiones, al luchar como se había vuelto normal contra mi propia mente hasta la madrugada, decidí salir, persiguiendo sombras y mi propia confusión. Me inundaban ideas y sentimientos sembrados ya desde tiempo atrás, que ya habían crecido y eran imposibles de ignorar. Palabras dispersas: soledad, propósito, existencia, vacío. Días y días sin poder ir más allá de la vigilia. La noche. Silencio. Fue que llegue a la Plaza del Carmen y me detuve un momento, volteando hacia el cielo y encontrando el amanecer. Permanecí inmóvil un tiempo, más era imposible saber cuánto con certeza (¿existía?). Sabía que no podía continuar así, tenía que hacer algo. Era ya abrumador imaginar más noches así. Me dirigí de vuelta hacia mi departamento, esperando poder encontrar algo de paz. Iba escuchando jazz en una estación de radio por internet, KMHD. De pronto, comienzo a escuchar una voz. Me dice: “Ain’t no sunshine when she’s gone, it’s not warm when she’s away…” Era Bill Withers. Una canción que me atrapó al instante, ahí, en medio de la avenida Venustiano Carranza, al amanecer.



Fue una especie de revelación. No había una transpolación literal de lo que decía la canción a ese momento de mi vida, sin embargo, pasé los días siguientes escuchando una y otra vez esas palabras, que si bien no decían lo que sentía, sí reflejaban desolación y dolor de una manera que, quizás, necesitaba para encontrar en ellas el camino de mi redención.