sábado, 13 de agosto de 2011

Los mares sin fondo

Impredecible. Líneas de problemas en toda el camino de ida. Nada que recoger en el camino de vuelta. Nada que recordar llegando a casa. Una vez dormido, tal vez pueda saber qué demonios pensaba, mientras el cielo me llenaba la mente e inundaba mis ojos con las más altas visiones de lo que uno podría comprender, o tal vez no. Nada puede ser llamado “perfecto”. No sabré comprender lo que quieren decir tus crípticos silencios, en los que el grito de la incertidumbre me ensordece. Mientras no hablas, todo lo has dicho ya. Diría que no hay vuelta, que en realidad no hay un camino que lleve hacia donde he estado ya. Veré que hacia casa me lleva pero no es el mismo camino, ni el mismo destino, ni la misma persona quien camina sobre él. Será que todo lo que hay en esta interminable lluvia ha querido darte una parte de lo que creías jamás encontrar. Y quería creer que sólo a ti se te había olvidado, pero cuando me dí cuenta ya era algo tarde y me había olvidado también. 

Pensé en huir, salir de ahí antes de ahogarme y no volver a pensar en cuánto dolerá. Realmente no tuve la intención de dejarlo atrás, pues en lo poco que podía recordar, en todo había algo de eso que de verdad en la luz me es imposible hallar. ¿Qué tanto más tendré que esperar para percibir al menos cómo en mi alrededor todo se vuelve un poco más parecido a lo que en las palabras de los versos no nos fue posible leer? Tal vez sea demasiado lo que en realidad nos han querido decir, y todavía más lo que nos hace falta comprender. Pero mientras deciden las horas y los días qué tanto más esperarán antes de irse, yo he llegado ya a donde aquel camino me llevó, he dormido, soñado y despertado, y cuando hube recordado lo que tenía que recordar, al asomarme por una ventana me encontré con el mar.

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