miércoles, 1 de agosto de 2012

Soñar el tiempo


Pasaban personas como si el tiempo se les escapara, o como si fuese  a él a quien el tiempo ya se le terminaba. Las intentaba distinguir, pero todo lo inundaba la confusión y la sensación de que él también necesitaba moverse, dirigirse a alguna parte, quizás encontrar algo. ¿Pero qué? Sus pasos eran como saltos entre paisajes, entre fotografías, que le transmitían con mayor intensidad la certeza de que se había perdido. Se preguntaba entonces si el andar en aquel mundo iba a tener que ser así, intentando encaminarse a algún sitio al que vagamente creía tener la necesidad de acudir, perdiéndose más y más con cada segundo que pasaba. Así era. Ahí todo era tiempo, y nada era nada más.

En sus pensamientos buscó el sentido de aquello, y en su búsqueda percibió un muy leve sonido que le recordó a las olas en la playa. No estaba cerca el mar, no, ese sonido no eran las olas, pero tenían notas semejantes. Logró, entonces, después de concentrarse en el sonido que hacían los misterios de aquel lugar, hallar un camino que podría seguir entre tantas sombras de tiempo que se diluía. Eran imágenes de vidas suyas que terminaban en cada instante, que en realidad no vivió y quizás jamás viviría, pero que eran su única opción para llegar a alguna parte. Cada segundo, el extraño sonido iba invadiendo más su mente, o lo que en ese lugar tenía por mente. Al avanzar por esa senda de olvidos no tenía la menor idea de a dónde podría llegar, pero sólo imaginar quedarse quieto, contemplando las sombras, lo llenaba de terror.

No sentía que en realidad fuese a llegar a algún sitio, no parecían terminar de surgir incertidumbres en su cabeza. Todo aquel mundo era eso, incertidumbres. Y al pensar esto, el ruido y el ritmo con el que sonaba le parecieron insoportables, al punto de que intentó gritar, pero no lograba escuchar si de su boca salía algún sonido. Hubo una especie de temblor, las imágenes por las que anduvo se rompieron, y lo próximo que vio fue sólo negrura, en la que después pudo distinguir el techo de su habitación, todo esto mientras se hacía todavía más insoportable el ruido que lo atormentaba.

Sabía ahora que estaba acostado en su cama, no lograba mover una sola parte de su cuerpo. Le parecía ver fantasmas. Estaba aterrado por lo que sus ojos percibían y por lo que escuchaba, ese extraño sonido que no dejaba de repetirse y que no parecía que fuese a terminar de llenar su mente con su cruel presencia. Pasó una de aquellas vidas que nunca tuvo frente a sus ojos, de aquellas que terminaron hechas trizas en el mundo que hace quién sabe cuánto tiempo abandonó. La vivió completa en esos segundos, tras los cuales volvía a estar inmóvil en su cama. No sabía si eso que sentía era la muerte.

Todo era de nuevo el mismo ruido y la oscuridad en su habitación. La desesperanza era absoluta, y con ella había una especie de ira creciente que se negaba a aceptar aquello que lo estaba invadiendo. Esa ira pareció hacer una chispa y de esta nació un fuego que en su interior despertó todas las fuerzas de su cuerpo.

No supo si gritó, si aún se convulsionaba o qué sucedió exactamente al despertar. Se sintió distinto, como si fuese un mundo nuevo este en el que había despertado. Ya no había fantasmas en las paredes, ya no había sino calma, quizás podría volver a dormir pero ahora en paz; ya no estaba aquel ruido que le rompía el alma al sonar, pero en cambio, se escuchaba suavemente y con inocencia el ruido de las manecillas de su reloj, que estaba a centímetros de su cara sobre la mesita de noche.

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