Me habré quedado dormido. En la barra hay 8 botellas de cerveza vacías, una botella de whisky a la mitad y en el suelo un vaso roto. No pasan de las 2 AM, lo sé porque sigo aquí sentado y lo que me despertó no han sido los golpes con el palo de la escoba del flacucho hombre de mal carácter que sirve los tragos, Josué, recuerdo que alguna vez escuché que se llama así. Ha llegado Don Juan con su compañero, del cual ignoro el nombre. Don Juan canta y toca la guitarra, su compañero el tololoche. Había muerto hace unos meses el otro muchacho, el que tocaba el acordeón, algunos decían que era hijo de Don Juan. Yo no tenía ni la más mínima idea sobre eso, ni siquiera recordaba cómo se llamaba. Se decía también que era por eso que desde entonces las canciones entonadas por el ya anciano músico de cantinas eran siempre tristes, y ya muy poco de lo que cantaba era alegre. Y sí, esta noche escucho que su voz está teñida de amargura. Mal de amores, desdicha y al terminar su canción, unas cuántas lágrimas.
Me siento confundido, pues no logro recordar qué me ha llevado a beber hasta perder la conciencia. Creo que lo que me despertó fue el vaso al caer al suelo y romperse. Josué no se ha dado cuenta, está en el otro extremo de la barra charlando, con expresión muy seria, con dos tipos que visten ropas que uno al instante identifica con gente metida en esos negocios peligrosos de los que uno prefiere no hablar. Traen mala pinta, y presiento que sería bueno irme, pero apenas puedo levantar la cabeza de lo mareado que me siento. Permanezco sentado, entonces.
Después de beberse una cerveza, Don Juán y el del tololoche parecen disponerse a tocar más."¡Échate una de José Alfredo! ¡La del último trago!" Dijo un tipo que estaba a unos metros de mí, con el rostro oculto tras una de sus manos y en la otra una botella de tequila. "Tómate esta botella conmigo..." comenzaba Don Juan. Yo había recurrido a esa canción antes, cómo olvidarlo... Sin embargo, sigo aquí con la cabeza llena de preguntas y confusión, y ahora también de recuerdos, memorias sobre mujeres y alcohol. El fantasma de penas que ya había ahogado vino a hacerme desear volver a la inconsciencia.
Veo, dejando a un lado mis perturbados pensamientos, que Josué está bastante nervioso al platicar con aquellos sujetos de mala pinta, y uno de estos empieza a mover impacientemente las manos al hablar también con violencia. Siento de pronto esa sensación que llega a uno cuando al construir una torre de naipes se ha alcanzado una altura considerable y en cualquier momento se puede venir todo abajo. Uno de los sujetos golpea la superficie de la barra con su puño furioso, Josué intenta mantener la compostura, pero le tiemblan las piernas y Don Juan deja de tocar, no porque se haya percatado de la situación, sino simplemente por una de esas crueles coincidencias de las que la vida está repleta, y a mí, que me atormentan mis propias preguntas y la conciencia de lo que está por ocurrir, este silencio se me ha hecho una pésima broma.
Tomo la botella de whisky, la destapo y la beso como a una amante. Es un whisky horrible, pero lo disfruto como si fuese aquel irlandés que tomé junto a unos amigos hace ya un tiempo. Y también estaba aquella mujer. Ella, ella... Santo dios. Ya recuerdo por qué estoy aquí. Me doy cuenta de que quizás en realidad no deseaba recordarlo. Se me han escapado algunas lágrimas y me he quedado petrificado, con la mirada dirigida hacia ninguna parte. Mi mente se inunda de los recuerdos de esa noche y de muchas otras en que ella estuvo conmigo. Tiemblan mis manos, me llevo de nuevo, lentamente, la botella de whisky a los labios. No puedo evitar llorar un poco más. Don Juan vuelve a tocar.
He decidido dejar esta cantina, no quiero volver a quedarme dormido en la barra y que Josué tenga que echarme del lugar a golpes. Aún tembloroso, me levanto y comienzo a andar hacia la salida. Siento un dolor inmenso, pero un dolor que la carne es incapaz de sentir, uno que no se puede curar tan fácilmente, uno que se sufre mucho más. Avanzo despacio, volteando un poco el rostro para que nadie vea que lloro. Escucho que se rompe el vidrio de una botella, dirijo mi mirada a la barra y veo a esos tipos de mala pinta de los que me olvidé a causa de los recuerdos que vinieron a llover en mi mente. "¡NO! ¡ESPERE!", grita Josué y todo se vuelve caos cuando escucho la primera detonación e intento correr como me sea posible en el estado en el que estoy. Don Juan ya no toca y al pasar a su lado veo como recibe el beso del plomo en su frente. Corro con mis pasos torpes de borracho hacia la salida, pero antes de alcanzarla recibo un balazo en mi costado izquierdo. A pesar de ello corro a través de la puerta, cruzo la calle donde la gente empieza a enloquecer también y caigo en la banqueta de enfrente. Apenas estoy consciente, el dolor es demasiado y he de estar perdiendo mucha sangre. Miro el cielo, lleno de estrellas, oscuro, pues aún está lejano el amanecer. No hay luna. Creo ver su imagen, su rostro en el manto estelar, en la infinitud que me envuelve, logran mis labios articular su nombre.
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